Su famosa romería o la biblioteca con 2.188 volúmenes la
convirtieron en un punto de referencia en la vida cultural gijonesa de
principios del siglo XX.
Los
vecinos Faustino Rionda, Elena Castro y Celestino
Álvarez, en La Carbayera.
:: CITOULA
'La suerte va por barrios y esta vez le toca a
Granda'. Hace mucho tiempo que los vecinos de esta parroquia leyeron los
carteles que tiraban de refranero popular para publicitar la proyección de la
película 'Llamas' en casa de Argentina. Pero nunca los olvidaron.
No debió de atraerles la idea de esperar a que la fortuna volviese a
visitarles, así que decidieron hacer lo que mejor se les ha dado siempre:
buscarla. Porque no se consigue la que fue una de las mayores bibliotecas de
Asturias, una de las primeras televisiones de la ciudad o la romería más
recordada por aquellos a quienes los años han obligado a olvidar demasiado,
confiando en el azar. Se logra con vecinos como los de ayer y los de hoy, que
siembran sus inquietudes para recoger cultura en su gran carbayera.
Suena pretencioso, pero se han ganado el derecho a poder presumir de ello. Ahí
estuvo durante décadas para demostrarlo la histórica Sociedad de Cultura e Higiene,
fundada en 1914. Los 2.188 volúmenes que descansaban en los estantes de su
biblioteca la convirtieron en uno de los principales puntos de referencia de la
región, sólo un paso por detrás del Ateneo de Gijón.
Así, los parroquianos pudieron disfrutar de la lectura de las obras completas
de Palacio Valdés o Blasco Ibáñez en un entorno rural privilegiado.
El que tiene hambre, con pan sueña. Y como los vecinos de Granda siempre
tuvieron gusa de conocimiento, no hicieron ascos a
ningún formato, aunque se valiese de una sábana. Los proyectores no tardaron en
fijar destino a través de la carretera de la Carbonera. José
Sánchez Lavandera, a quien apodaron cariñosamente como 'Pepe Vicente', actuó
durante años -y en todos los sentidos- como operador cinematográfico, dándoles
su propia voz a las proyecciones de cine mudo que, por suerte o por desgracia,
en la parroquia siempre fueron habladas.
De esto fueron testigo las grandes casas de la parroquia, como la finca de los Requejo, la quinta de Azcoitia,
la de la Torre
o el palacio de los García Sol. Pero fue este último,
en la actualidad propiedad del Opus Dei, el que más dio que hablar. Las anécdotas reales y los
bulos sobre este lugar y la familia del que fue primer presidente y promotor
del Club de Regatas, además de benefactor de Granda, convivieron durante años.
Y acabaron por mezclarse, como ocurre con las grandes historias que pasan de
padres a hijos, hasta el punto de que ni siquiera los vecinos saben a cuáles
conceder crédito.
Muchos aseguran que para la construcción del palacio, que a principios de los
años 20 costó dos millones de pesetas, se trajo madera tallada de Holanda. Se
cuenta, también, que el Príncipe de Asturias asistió a una fiesta celebrada
allí en su honor, con motivo de su visita a la Feria de Muestras. Algunos sitúan en otra fiesta
acogida por sus salones a la mismísima María Callas. La rumorología
afectó hasta a la mascota de la familia: un perro Terranova al que atribuyeron
un apetito desmedido. Los parroquianos comentaban que se comía cinco pollos
cocinados al día. Aunque, en defensa del animal, hay que decir que su dueño no
salió mejor parado: de él decían que encendía los puros con billetes
ardiendo. Igualito que Santiago Bernabéu, pero con
billetes de curso legal y no 'de millón'. De poco sirvió el escudo heráldico
que presidía el palacio y rezaba: 'De García arriba nadie diga'. Lo que sí
saben a ciencia cierta es que, ya por aquel entonces, el servicio contaba con
un coche para hacer los recados.
Sin vehículo propio
Pasaron muchos años y gran parte de los gijoneses seguía sin tener vehículo
propio. A Elena Castro le encantaba sentarse de niña en la puerta de su casa «a
ver las procesiones de gente que venía a la romería», el otro gran buque
insignia de Granda. En aquella época, hacía ya décadas que sus fiestas de Santa
Ana se habían hecho famosas en toda la ciudad. De hecho, «los autobuses
llegaban hasta Mareo». Y no es sólo que los ciudadanos no pudieran permitirse
un coche; es que «los había que vendían el colchón para poder venir».
En el que ahora es el jardín de su casa se levantaba la barraca y, en La Carbayera, el carrusel,
la noria y las lanchas. Cualquier prau cercano se
convertía durante unos días en merendero y sólo con las pisadas de los
visitantes nacieron caminos. «Durante los años 30, 40 y principios de los 50 la
romería era espectacular», coinciden los vecinos. Después, siendo alcalde José
García-Bernardo y de la Sala,
recuerda otro lugareño, Celestino Álvarez, «comenzó a organizarse una carrera
de motos cerca de la playa en esas mismas fechas. Ya el primer año, la fiesta
de Granda comenzó a fracasar». Inasequibles al desaliento, los vecinos se
volcaron en la celebración de San Isidro, el 15 de mayo, «aunque ya no era lo
mismo. Esta la organizaba el Ayuntamiento, aunque siempre hubo mucha
participación de la Sección Femenina».
La romería no volvió a celebrarse hasta 1977, cuando la formación de la
asociación de vecinos recuperó todas las fiestas. Pero si de algo no son
sospechosos los parroquianos de Granda es de aburrirse.
Que se lo pregunten a Faustino Rionda, de 79 años,
quien guarda sus recuerdos de juventud en el baile de Sindón
como un tesoro: «Tendría yo unos seis años, cuando en una de las esquinas que
ahora enmarca La Carbayera,
estaba el bar, que también tenía tienda. Había una
gramola, donde los chavales metían chapas en vez de monedas para hacerla
funcionar».
Su memoria también conserva la imagen de la antigua iglesia, que «era igual que
la de San Lorenzo, pero con una sola torre. Mucho más guapa que la de ahora».
Fue uno de los edificios que acabó por rendirse durante la Guerra Civil, aunque
no fácilmente: «En plena contienda, recuerdo ver una cuerda colgando del
campanario durante mucho tiempo. En casa me explicaron que habían intentado
tirarlo, pero la cuerda se había roto antes de conseguirlo». Después, la
reconstrucción borró cualquier huella de su estructura original.
Quizá por eso, el símbolo más reconocible de la parroquia sea otro. Resulta
imposible pasear por su historia sin hacer una parada obligada en La Carbayera. Nadie
sabe si realmente debe su origen a la donación de «unas señoritas», pero todos
ayudaron a convertirla en su emblema. Los padres de Elena y Faustino plantaron
algunos de los robles que hoy les vigilan desde las alturas. Ellos mismos estaban
presentes cuando se niveló el terreno para poder colocar un tablero que
sirviese de escenario a los grupos folclóricos que acudían a la romería. Y
saben que, aunque actúa de pulmón, es -y probablemente siempre será- el corazón
de Granda. En realidad, la parroquia no ha cambiado mucho más de lo
estrictamente necesario para gozar de los beneficios del desarrollo. Nunca ha
querido hacerlo y lo han demostrado en muchas ocasiones. Quizá su equipo
amateur de fútbol, el Deportivo Cultural de Granda, no haya vuelto a brillar
con tanta fuerza como en los años 40, cuando antes de federarse «jugábamos en
un prau que atravesaba por la mitad un riachuelo»;
pero los deportistas tomaron la iniciativa de taparlo y hacer que pasase por
otro lado. Del mismo modo torearon a la Autovía Minera,
evitando que dejase cicatrices en sus tierras. La parroquia siempre ha invitado
al progreso a acomodarse en sus lares y rechazado sus
desastres. Aunque estos no se rinden como la cuerda que colgaba de su
campanario. De momento, no pueden con ella. Pero siguen tirando.